¿Hasta cuándo?
Del lejano pasado al presente
El ser humano conoce y emplea los combustibles desde hace miles de años. Madera, grasas animales y vegetales, carbón vegetal, combustibles fósiles… todos ellos nos han acompañado y jugado un papel crucial en el desarrollo de la humanidad.
Particularmente relevantes en nuestra historia reciente son los combustibles fósiles. Estos compuestos provienen de la descomposición natural de organismos vivos mediante procesos químicos y biológicos, procesos que pueden durar millones de años. No es hasta el último cuarto del siglo XIX que el desarrollo tecnológico en torno a las máquinas térmicas da lugar a la llamada Primera Revolución Industrial, haciendo del carbón el primer combustible fósil en alimentar masivamente nuestro desarrollo. Esta revolución en los procesos productivos giró en torno a la máquina de vapor y a su empleo en industria y transporte, asentando las bases de la economía industrial que posteriormente se desarrolló durante el siglo XX.
Desde entonces y hasta nuestros días estos combustibles han sido la principal fuente de energía de la sociedad debido a su relativa abundancia, alta densidad energética, versatilidad, fácil almacenamiento y transporte, y gran desarrollo de las tecnologías de aprovechamiento de estos. Sin embargo, a pesar de sus múltiples ventajas y del bienestar y desarrollo que han brindado a la humanidad, estudios científicos señalan desde hace décadas el impacto que la emisión de gases derivados del empleo de hidrocarburos tiene sobre los procesos climáticos y con ello, sobre la biosfera.
Estos gases se acumulan en la atmósfera, contribuyendo al efecto invernadero que, en un delicado equilibrio de balance energético entre la Tierra, el Sol y el espacio exterior, propicia la vida. La mayor concentración de estos gases contribuye a una mayor retención de energía dentro de la atmósfera, lo que eleva gradualmente la temperatura a un ritmo que de manera natural sería muy poco usual, con la correspondiente dificultad de adaptación a estas nuevas condiciones para los organismos vivos. Para mayor gravedad de la situación, el ritmo de emisiones de estos gases nunca ha decrecido, puesto que el consumo humano de energía nunca ha dejado de aumentar en los últimos 100 años.

Sin embargo, no todo son malas noticias. Desde hace décadas, y originalmente por motivaciones políticas, económicas, científicas o incluso militares, el ser humano ha desarrollado tecnologías de generación de energía que no requieren de combustibles fósiles. Gracias a ello, en este momento de mayor concienciación al respecto del impacto de los combustibles fósiles en nuestro entorno, se ha dispuesto de alternativas no impactantes sobre los gases de la atmósfera por las que apostar para mantener nuestro nivel de desarrollo, muy dependiente de la energía. Prueba de ello es que, si bien los combustibles fósiles siguen siendo la principal fuente de energía de la humanidad en todos los ámbitos, tales como la generación de electricidad o el transporte, las tecnologías de generación de energía renovable son ya un 29,6% de las fuentes de generación de electricidad, y con tendencia al alza.


Además, esta tendencia de mayor presencia de fuentes de energía alternativas en el mix mundial viene acompañada de una reciente desaceleración en el consumo de energías fósiles derivado de los crecientes costes de extracción, menor disponibilidad de yacimientos, mayor regulación y penalización a las emisiones de gases contaminantes y mayor competitividad económica de energías alternativas. Además, recientes eventos históricos (no recogidos en las series de datos presentadas en este artículo) tales como la pandemia de la COVID19 y el conflicto armado entre Rusia y Ucrania han obligado a repensar el modelo actual de dependencia energética entre países productores de combustibles fósiles y países consumidores, con las debilidades y fragilidades que todo ello implica ante eventos como los recientemente vividos.

Poniendo el foco en España y su consumo de combustibles fósiles, España es un gran consumidor de petróleo y gas natural, para transporte por un lado y para generación de electricidad, usos industriales y residenciales por otro, mientras que el carbón ha ido desapareciendo gradualmente del mix energético. Empezando por este último, el carbón ha visto reducido su peso en el míx energético español debido a su bajo interés económico y alto gravamen fiscal y normativo a sus emisiones contaminantes. Su lugar ha sido reemplazado por fuentes de generación eléctrica renovables, así como plantas de gas de ciclo combinado.
En el caso del gas, sus principales consumidores en España son la industria y la población, que lo necesita para su uso en necesidades domésticas, sin embargo, se aprecia un cambio de tendencia en los años más recientes, en los que la generación de electricidad gana peso en los usos del gas. Por último, el petróleo tiene como uso principal en España alimentar el transporte, principalmente por carretera, apreciándose que, a pesar de haber visto una caída desde el pico de consumo previo a la crisis de 2008, su consumo se ha mantenido relativamente estable desde entonces. Se espera con el paso del tiempo y a mayor penetración del vehículo eléctrico en el mercado español, el peso del petróleo vaya disminuyendo. Siguiendo la estrategia europea para la energía, se espera que la tendencia sea la electrificación de cuantos procesos e industrias sea posible, y la sustitución de los combustibles fósiles por biocombustibles o combustibles sintéticos allá donde esta no se pueda.



Y… ¿hasta cuándo?
El cambio de paradigma energético y la estrategia de independencia actual, está llevando a la sustitución paulatina de los combustibles fósiles tradicionales por energías y combustibles renovables. El alza de los precios de los hidrocarburos, las tensiones geopolíticas, la movilidad eléctrica, la propia electrificación de los procesos, las penalizaciones económicas asociadas a las emisiones de gases de efecto invernadero entre otras muchas razones marcan el paso de una revolución en el ámbito de la energía. Según previsiones de la Unión Europea, a partir de 2050 comenzarán a ser palpables los resultados de las políticas energéticas actuales, con un escenario de consumo de hidrocarburos sensiblemente menor, particularmente de petróleo y cabrón, por su más fácil sustitución mediante la electrificación de los procesos hoy alimentados por estos. En ese futuro cercano se espera que jueguen un mayor papel alternativas como los biocombustibles, la electricidad de fuentes renovables, almacenamiento eléctrico masivo o el hidrógeno, todas ellas tecnologías a día de hoy en mayor o menor medida inmaduras y económicamente poco competitivas. Sin embargo, aunque su uso se contenga, los combustibles fósiles seguirán siendo una fuente importante de energía. El futuro es renovable y cada vez más limpio, pero tenemos que ser conscientes de que los combustibles jugaran un papel, aunque a una escala inferior en muchos procesos.
